• Barro y Vasija en la Selva Herida (PDF)
Barro y Vasija en la Selva Herida (PDF)
  • Formato digital
  • Colección: LIBROS DIGITALES
  • Materia: Misiones
  • ISBN: 978-84-85064-35-9
  • Formato: PDF
  • Protección DRM: Ninguno (Sin protección DRM)
  • Tamaño: 3,30 MB

Barro y Vasija en la Selva Herida (PDF)

10,32 €

La selva es tu mansión, el sol tu faz.

Te oigo venir Señor, la lluvia al sonar.

El viento, el río, el mar, en tus manos están.

Dentro, mi corazón te quiere albergar.

Así cantaba Inés Arango. Los que la conocieron, relatan que lo cantaba con especial emoción; cada palabra de sus labios, cada nota que modulaba su garganta, brotaban de un corazón enamorado.

Y es que, Inés, vivió la selva como lugar donde Dios se le hizo presente.

Dios presente en el sol, en la lluvia, en el río... pero de manera particular Dios presente en la persona de los Huaorani, pueblo indígena ecuatoriano al que Inés amó profundamente.

Amor a los pueblos ocultos, que fue posible por amor a Jesucristo y a su Iglesia.


Y sigue la canción...


Aleluya, Jesús, Amén

Yo creo en ti, Amén

Espero en ti, Amén

Te amo Dios, Amén


Tantas veces Inés había pronunciado, había cantado, esta profesión de fe... En su comunidad de Hnas Terciarias Capuchinas, en la pequeña capilla del Hospital de Rocafuerte, en las orillas del río Napo, o del Yasuní...

Tal vez, mientras cocinaba, con las mujeres Huaorani; o en aquellos días que pasó, sola con ellos, en la selva y que llovió tantísimo...

Confesión de fe, que compartió plenamente con Monseñor Alejandro Labaka, Obispo capuchino de Aguarico.

Confesión de fe, que les llevó, a Monseñor Alejandro y a Hna Inés, a entregar sus vidas por aquellos que amaban.

Confesión de fe, que les alcanzó la gracia del martirio en el corazón de esa joven Iglesia.


Acercarse a la vida de Inés, y contarla, parece un atrevimiento.

Ella nunca quiso hacer un relato, y menos escrito, de lo que vivía, de lo que hacía.

Nos dejó, eso sí, escrito expresamente en una pequeña hoja de papel, a modo de testamento, horas antes de entregar su vida, en la selva, a manos de los Tagaeri... Si muero, me voy feliz y ojalá nadie sepa de mí, no busco nombre ni fama.

Dios lo sabe.

Recordar a Inés, es recordar que llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria, procede de

Dios y no de nosotros (2 Co 4,7).

Recordar a Inés, es recordarla arcilla y vasija en manos de Dios.

Vida entregada, la que era y no otra, en totalidad a Aquel que dio sentido a su existencia y a quien amó hasta derramar su sangre.


Al fin, recordar a Inés, es recordarla: barro y vasija, en la selva herida.

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